lunes, 22 de agosto de 2011

Soliloquio

A veces necesitaríamos de la magia de la edición para poder contar con la posibilidad de acortar los momentos oscuros, depresivos, patéticos y llenos de miedo, y dejar solo las escenas de superación personal  concatenadas en una secuencia musicalizada, que servirá como prólogo para el siguiente acto en que el triunfo se materializará más allá de los fracasos previos.

Pero en la vida real, el truco de la edición lamentablemente no funciona.

 Los meses no pueden resumirse en tres escenas y tampoco gozamos del lujo de colocar una placa con la leyenda “tres años y cuatro días después…”.

 A falta de edición, tampoco contamos con un guionista que nos prepare parlamentos ingeniosos para coronarnos como ganadores morales aún si el resto de la sociedad nos etiquete como “el mayor fracaso de todos los tiempos”.

 En la vida real, no sólo somos etiquetados como fracasados por los victoriosos de turno, sino que además, la mayoría de las veces, nos quedamos con la boca abierta, no con la finalidad de que entren moscas o lasañas, sino como producto resultante  de la indignación que nos provoca la soberbia ajena o lo que a nuestro criterio consideramos una gran injusticia.

 Horas más tarde, nuestra mente nos dicta aquellas palabras, magistrales por su sonoridad, que hubieran sentenciado a la vergüenza o a la reflexión a las amebas con bandas de ganadores que creen haber conquistado parte del universo por pegarnos la etiqueta de loosers.

 Este lapsus se lo suele llamar “...le tendría que haber dicho...”.


 A veces nos sale y suele ser ese tipo de triunfo tan bienvenido como robar un beso, lograr que nos ame la persona que amamos o  volver a repetir un momento de la infancia. Escenas, que convengamos, tampoco son fáciles de lograr.

Pero volviendo a la edición, ¿no sería muy fácil cumplir con las dietas que iniciamos todos los lunes? .En dos escenas, seríamos flacos y espectaculares, dispuestos a conquistar ese corazón que nos niega a veces hasta la palabra.

En la vida real sin edición, después de cuatro semanas de mezclar la luna con la tradición oriental, sólo conseguimos bajar dos kilos que luego son multiplicados por cuatro cuando nuestra decepción pide a gritos otro cuarto de criollos. Mientras, el corazón que queríamos conquistar, huye espantado ante nuestro creciente cambio humorístico por la pérdida  de hidrocarburos.

 ¿ Y una edición en una ruptura?. En tres escenas, ya tendríamos el pelo cambiado, un nuevo cuerpo, un viejo amor que regresó a nuestros brazos  y hasta un exitoso crecimiento profesional, resultado de una víspera de increíbles cambios que sólo le suceden a uno por ser tan pero tan bueno.

Sin edición, conseguimos ojeras, pelearnos con nuestros jefes y volver a ser desterrados a la zona de solos que la sociedad considera gente infeliz.

 Con la edición,  toda  amargura se evitaría y el tiempo sería más rentable (un dato que "encantaría" a la actual narrativa de mercado).

Lamentablemente para nosotros ( y para el pobre mercado) no hay ninguna máquina que edite líneas de tiempos
 y las únicas formas “humanas” de edición sólo las tenemos disponibles bajo la forma de sueños y/o memoria selectiva.

 Tampoco sería viable que existiera una máquina de este tipo, porque ya sabemos cómo funcionan los mecanismos del poder.

 Por lo cual, sólo nos queda postergar el deseo y seguir el show hasta lograr esa escena en donde quizás logremos superarnos y conseguir nuestros sueños o lo que podemos alcanzar de ellos.

 Privados de la edición, nos queda un último consuelo: la genuinidad.

 Podemos afirmar  - aunque sea delante de un espejo -  que somos héroes genuinos que sin la bendición de los cortes, podemos llegar a ese futuro inestable, impredecible, agotador, y conquistarlo como un presente, aunque éste sólo tenga la palabra pasable como único adjetivo.


Ser conscientes de esto, nos hará ver que hay más y mejores héroes que aquellos personajes que la ficción anualmente nos vende, y que sin estar a la merced de ningún casting, en pequeños detalles o en pequeños momentos, todos nos hemos vestido con ese traje.

Por supuesto, a veces uno desea, especialmente cuando nos conquista la desesperación, ser bendecidos por la magia de la edición. Aunque hoy, para esos momentos, simplemente nos conformaríamos con un poquitito de empatía y algo de suerte.

2 comentarios:

  1. AME ESTE TEEEXTOOOOOO!!!!!
    Me toca muy de cerca y describe a la perfeccion el momento que estoy viviendo. Malditos tiempos bisagra... Los detesto... y como editora me dan ganas de meterle unos cuantos cortes. Esta toma esta MUY LARGA YA.
    Me lo llevo a Facebook a riesgo de que me detestes. Es sencillamente brillante. BRI-LLAN-TE.

    ResponderEliminar
  2. ¡¡Es un honor que te guste!!.
    Vos sabés que para mí sos del Olimpo. Recibir estas palabras es todo un obsequio.
    ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Te querooooooooo!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar